Fui tejiendo mis quimeras
llenas de hilarantes sueños
viendo sus bucles dorados
y las curvas de su cuerpo,
con tal fuerza la anhelaba,
eran tantos mis deseos
que despertaba soñando
que la tenía en mi lecho.
Los días fueron pasando
ofreciéndole mis versos
con los suspiros del alma
por sus grandes ojos negros
que convertían mis letras
en el más hermoso templo
donde adoraba su imagen
como el mas devoto siervo.
Yo pensaba en mi locura
que me ofrecía sus besos
que salían de su entraña
como pájaros en vuelo,
que saturaban mi cuarto
con trinos dulces y tiernos
cual arpegios de las voces
de las sirenas de Homero.
Mis insomnios revelaban
un delirio casi enfermo
de poseer sus encantos
de pasión y fuego llenos.
Con su talle primoroso,
frágil, sensual y coqueto,
que parecía princesa
de algún olímpico reino.
Se marchó la primavera
dándole paso al invierno
y de nuestra juventud
sus rosas fueron muriendo,
mas sin embargo en mi mente
su rostro seguía impreso
como ninfa de Monet
pintada en un blanco lienzo.
Su camino inexorable
jamás lo detuvo el tiempo,
pero quedó mi memoria
con el precioso recuerdo
de aquel amor tan soñado
que se fundió con el viento
y se escapó de la nube
donde yo lo había puesto.
Autor: Aníbal Rodríguez.