Cincuenta años,
el valor de
lo perdido;
cincuenta años,
el valor
de lo ganado
y un puñado
de recuerdos
que no alivian
el dolor de tu ausencia
¿Para qué las fotos
que te evocan
pero no te nombran?
¿Para qué la inquina
de tu larga agonía
sino para hacer indeleble
la imagen de tu cuerpo
consumido por la lenta muerte?
A veces te sorprendo en mi voz,
en un lento gesto,
en un temblor de mi mano
o en la bondad
disfrazada que
en tu lecho agoniza
en una tarde eterna
de ese domingo de agosto.