Bajo la agradable sombra de los verdes sauces
el azul del cielo ensimismado contemplaba,
de la chicharra el chirriar me rememoraba
el metálico rechinar de un dragón las fauces.
Mi imaginación recorría la bóveda célica
llevándome de una en otra a las altas esferas,
en aquel inmenso orbe no descubrí barreras
que detuvieran el volar de mi forma angélica.
Por las ignotas regiones célicas vagaba
cuando en lo más íntimo oí una bella melodía,
de los coros celestes imaginé que venía,
mas era el locuaz mirlo que para mí cantaba.
Vuelto a la realidad de esta tierra depravada,
quise ascender de nuevo a la bóveda celeste,
pero me lo impidió una ninfa de blanca veste
que se me apareció ante mi atónita mirada.