Sepultaste tus besos en mi clavícula, a sus alrededores.
La oxitócina se libró cual fiera y se sació de claros prohibidos.
Se desató la guerra entre pieles.
Estrógeno y progesterona se anidaron sobre la rosa.
No fuimos mar, luz y aire, como aúllan algunos poemas.
Nos volvimos la explosión, Muhammad y Joe aquella noche del 75, transformando puñetazos en caricias.
El tiempo no deseaba detenerse,
persistía en que las masas explorarán el cielo.
Sintiendo sin prisa, corrientes enchufadas al deleite.