Una soleada y ardiente tarde de verano
me aproximé a las refrescantes aguas del río,
bajo su agradable influencia el rigor del estío
se me hizo mucho más soportable y liviano.
Las sosegadas aguas discurrían por el llano
con suave fluir para no molestar al plantío,
el cauce se revelaba entonces más sombrío
hasta el puente que quedaba distante y lejano.
A través de los líquidos cristales volaban
los dardos arcoíris de una a la otra orilla
como una gran lluvia de irisados corales.
Mis ojos sus raudos movimientos observaban
y hasta llegué a tocar el cristal con mi barbilla
para mejor apreciar sus aleteos caudales.