Una tórrida y plácida tarde de verano
hallábame bajo la sombra de un salguero,
me encontraba allí tan cómodo y placentero
que incluso me olvidé de todo deleite humano.
Mi corazón se iba transformando en sobrehumano,
cuando en lo más profundo del soto medianero
se dejó sentir el dulce trino de un jilguero
que me trasladó a un paraíso muy lejano.
Escuchando la tierna y plácida melodía
de tan oportuna y celestial ave canora
me hubiera quedado para siempre en el edén;
pero una inesperada y ruidosa algarabía
me tornó a la triste realidad en aquella hora
en que era de la dulce ave canora rehén.