Ego te absolvo a peccatis tuis
in nomine patris et filii
et spiritus sancti
Tras un largo seguirle la pista.
El más grande de los violadores que parió la historia
cociéndose a la intemperie de una calle, céntrica,
del barrio de Brooklyn, en la cálida coversación
de unos colegas, el que menos estafador de bancos...
En la comisaría tercera de la comandancia de marina,
sita dos manzanas abajo del lugar de actos, espera
turno para la foto.
Ha rogado, como última voluntad, la esmerada asistencia
de dos peluqueras, estilistas a más datos, un personal
shopper de prestigio y dos tijeras de dedos y un cirujano
barbero por si fuera precisa una sangría final.
Tras una sesión infinita de cinco horas salió de la habitación,
una habitación propia, a la vista del comisario y el retratista.
Esta fue la guisa que presentó a la posteridad.
El amarillo de sus carnes fue propio de una ictericia repentina.
Le sobrevino un frío de circunstancias, de ahí su gesto de abrigo.
El corte del gabán en lo superior de la manga se explica
de la erosión ambiente de la calle, céntrica; el diario rocío.
Que no sea recordado, deseo.