Cae la noche sobre mi cuerpo derrotado de existir.
Cae la noche indeseada pero ansiada, y retorno al lugar olvidado. ¡Nunca más se apagarán mis ojos!
Cae la noche sobre mi cuerpo sentenciado de silencios.
Cae y alguien aquí dentro quiere guardarte. Azul, ¡Nunca más darás voz a mis versos!
Y de nuevo, valiente soy de confesarlo:
¡No existe el futuro,
ciego océano de tiempo derretido!;
de caminos donde un abismo separa tus pies de los míos. Y regresarás cuando toda la humanidad haya dormido.
¿Y qué haré yo cuando regreses? ¿Y qué será de quien soy ahora?
Sólo desearía que tu amor nunca lo fuera. Y el aire se despedazase en la desdicha. Mientras corro descalza hacia un andén donde el tren no frena. Hacia un muro desgastado.
¡Azul, que se me han ido tus ojos tras el muro! ¡Me ha abandonado el mundo!
¡Soy una mirada de rencor vacía!
Cae la noche sobre mi cuerpo derrotado de sentir.
Azul, quisiera despedirme de la razón. Quisiera sentirte en alguno de mis costados,
acaricia mi memoria,
¡Por favor!
El espejo me bebe,
me traga,
me fusila.
Deseo arrancarme y entregarme a los brazos del desprecio,
al deshaucio del cuerpo vivo.
Vivo atada a una estaca
diminuta que se traga mis palabras,
la rabia ancla mis pies al suelo.
Azul, quisiera una última vez aunque fuera
poder dibujar tu rostro.
Ya es un lugar olvidado,
en un eco donde escucho mi nombre.
Azul, ¿no pudiera entregarte algo muy pequeñito que me engulle de pies a cabeza?
¡Tú sabrías que hacer con ello!
Tendrías una palabra para acariciar el mundo
para sanar el alma
¡Por favor!
¡Podría ser capaz de sentir a los que lloran siendo yo quien llora,
podría amar la vida siendo ella quien se muere!
Y otras manos
y otras manos
querrían acariciar un cuerpo derrotado.
Y otros ojos
y otros ojos
lo mirarían con ternura.
Y nadie sabría nunca qué es la ternura.