En una jaula de oro cantaba el ruiseñor,
en otra de plata le contestaba el jilguero
buscando sin tregua de la jaula un agujero
por donde escabullirse y salir al exterior:
«¡Ay, mísero de mí!», decía con amargor,
«yo, que entre los cantores fui el primero,
me veo en esta jaula de plata prisionero
sin poder gozar del aire libre y del dulzor».
«¿Por qué no mudamos este encantado pico
en afilados incisivos de roedores
y limamos de nuestras prisiones los barrotes
para lograr la libertad que tanto vindico
y que me fue arrebatada por unos captores
cuando alegre cantaba entre unos verdes brotes?».