Alberto Escobar

Sin tacto

 

Se escribe lo que no
se puede decir.

María Zambrano

 

 

 

 

 

 

 

 

¡Por qué me has dejado nacer!
¡Por qué no has tenido la dignidad, o acaso el honor,
de ocluir tu bocana con la fuerza de tus piernas!
¡Mira cómo estoy, llena de costras sanguinolentas,
tal fuera piel tersa que nunca verán mis ojos!
¡Mátame, si te queda un ápice de maternidad!
La intemperie me mata segundo tras segundo.
Mi piel claudica al frío, al calor, a los meteoros
del cielo que para alivio de los mortales caen
a la floresta, mortales que no son yo.
¡Mátame por Dios este sufrimiento, ahora mejor
que tras un secular segundo!

Mamá:
¡Hija de mi alma, hija mía. Tu muerte es mi muerte!
Mis ojos no dan crédito a este castigo:
¡Qué he hecho, por Dios, para merecer esto!
Maldita sea mi herencia, ¿O será la de su padre?
¡Hija mía, habla con tu padre a ver si sabe algo!

Hija:
Voy a llamarle al trabajo por teléfono.
¡No puedo mamá, los dedos no me permiten
marcar las teclas, hazlo tú, por favor!

Mamá:
El número marcado no se encuentra disponible
en este momento...
¡Hija! Dice tu padre que sí, que ya hubo en las ramas
más elevadas de su genealogía alguien que alumbró
con el mismo hándicap.

Hija:
¿A qué hora llega de trabajar?

Mamá:
Supongo que para el puchero, en dos horas.
Cuéntale tu viacrucis y le pides crucifixión.

Hija:
Espero que no se lo tome a mal.
Intentaré ser delicada y enternecerlo,
para que se avenga a matarme.
Espero tener tacto, aunque sea una
migajita.

 

Sus de hiel lágrimas dejaron en su surcar
el rostro un reguero ceniciento que hervía
cual marchamo taurino en agosto.
Cuando llegó su padre la niña era ya croqueta
de ternera recién salida de la sartén.
No cupo ni siquiera la mera extremaunción
que se ofrece de rigor a todo cristiano de bien.
Los padres se preguntan en el gris del presente
que les ha tocado vivir aún, por qué recoveco
de la ciencia se ha colado ese gen hasta hacerse
carne en su descendencia.

 

Descanse en paz de tanto sinsentir.