En su rostro, tostado en la cañada,
lleva impresa la pena inmerecida,
que los golpes aciagos de la vida
le ofrecieron de forma despiadada.
Se le observa lejana su mirada
contemplando caminos sin salida;
y su vieja esperanza, ya vencida,
lentamente fenece resignada.
En sus manos callosas van las huellas,
que le sirven de rústicos blasones
que machetes y zarzas le dejaron.
Hoy, ya viejo, contempla las estrellas,
recordando quizás a los patrones
que su fuerza de joven explotaron.
Autor: Aníbal Rodríguez.