En el Ande, el sol radiante,
la nieve blanca y sumisa,
trueca de helado diamante,
en perla brillante y lisa,
suave y amante.
Cálida caridad Solar
que a la indiferente nieve,
su cristal frío hace temblar
y su corazón conmueve,
rompiendo a llorar.
Antiguo padre severo,
a tu hija purísima,
ofrendas en frío venero,
de deshecha y cristalina
gota de hielo.
Corre el llanto inconsolable,
corta tu mejilla oscura,
abriendo un surco que es cauce,
de emocionada ternura,
de dolor de padre.
Rueda por tu ladera alta,
con sus rizos y puntillas,
y en la acequia ríe y salta:
tintineando campanillas
de cristal y plata.
En el valle, dócil niña,
obediente al surco enjuto,
llega al pie de la viña:
hecha savia, preña el fruto,
de estío vestida.
Su carrera aún no acaba,
falta vigor a su tibieza:
trapiche, soledad y cava,
dolor, roble, fortaleza
bien madurada.
El vino, Sangre, que es fruto
del sol y el agua, la tierra,
y del hombre, su tributo:
agua de tu vida encierra,
viviendo oculto.
Llama el sol de primavera:
la vida busca su sentido
hasta el fin de su carrera,
si es fiel a su destino
sobre la tierra.