Las olas se batían suavemente
contra la abrupta ribera del mar,
mientras la blanca espuma iba a besar
mis doloridos pies plácidamente.
El cielo exhibía su celaje ardiente
de la tarde en el lento declinar,
un rayo en aquella agua verdemar
del sol destellaba resplandeciente.
Ya volaban las liliales gaviotas
hacia los escarpados roquedales
portando pececillos en sus bocas.
Y las palomas, cándidas e ignotas,
se posaban leves en los bardales
sin osar aproximarse a las rocas.