Me he adherido al desaliento,
a la muerte matinal que se suscita
en cualquier momento,
para este contagio humano
qué es la tristeza, y el llanto.
Nada me da la esperanza que busco,
ni siquiera escribir me salva
de estar entreverado en el montón
cómo si fuera yo mismo fierro viejo
a vender, barato por su óxido y abuso.
Por suerte, casi siempre el auto-abuso
conduce a la muerte prematura,
ya casi no sufro por esta tristeza urbana
que llega a mí, solitaria...
Tan solitaria que se vive en la desesperanza.
Morirme, moriré así sin esperanza
y sin esperar la felicidad
que viene como consecuencia de un
enamoramiento al silencio frío y angosto
que es mi cama al final del día,
al final... Finalmente sin esperar nada.