Era un perro labrador,
lo adoptó de muy pequeño,
alegría de su dueño
en quien él puso su amor.
Cuando lo llevó a su casa
era solo un cachorrillo,
juguetón, bastante pillo,
que el dueño tomaba a guasa.
El amor puesto en su dueño
era auténtico delirio;
más que amor era un idilio
propio de cualquier ensueño.
Su dueño, cual siempre pasa,
mucho a su perro quería;
con el pasear solía
al regresar a su casa.
Donde el dueño trabajaba
era una ciudad cercana,
iba en tren cada mañana
y allí el día se quedaba.
El perro diariamente
a su dueño acompañaba,
y solo y triste quedaba
al verle irse entre la gente.
El día para él transcurría
conturbado y entristecido;
su dueño se había ido
y solo sin él se aburría
En su cojín confortable,
apacible y recostado,
esperaba el anhelado
momento de ir a buscarle.
Y a la hora en que sabía
que su dueño regresaba
su cojín abandonaba
y a buscarle veloz corría
Y al llegar a la estación
buscaba entre la gente atento
y al verle, la cola, contento,
meneaba de emoción
¡Que momentos tan felices
cuando el dueño regresaba!
y gozoso le abrazaba
con la fuerza de sus bíceps
Pero un aciago día
el dueño del perro enfermó
la enfermedad se agravó
y a poco fallecería
A la estación acudida
sin cesar en el empeño
de esperar a su dueño
sin faltar un solo día
Y viendo que no venía
tristemente se marchaba
y a su casa regresaba
y así un día y otro día
Pasó irremisible el tiempo,
transcurrieron meses, años,
triste soportó los daños
causantes de aquel destiempo.
Puntual con su virtual cita
con quien ya no volvería,
a la estación acudía
preso de triste cuita.
Por fin un día entendió,
y al saber no volvería,
tanto era lo que le quería
que de tristeza murió
Cerca de donde esperaba,
alguien de buen sentimiento,
le erigió un monumento
con lápida que rezaba:
“Yace aquí el más fiel amigo
que tuvo un hombre: su perro”.
Fine la historia sin yerro
de alguien y perro consigo
josecarlosbalague