Bajo la verde sombra de un tupido boscaje
reposaba de un ímprobo día de calor,
veía en la distancia de los brezos el livor
y en el techo célico el cincilante celaje.
Por un instante, a través del verdoso follaje,
las irisadas opalescencias de un alcor
inundaron mis pupilas de luz y color,
ensalzando el esplendor de tan sutil paraje.
Ciegos mis sentidos por tan bello resplandor,
soñé que una hermosa hada al cielo me transportaba
en una carroza por dos corceles tirada.
Vuelto en mí, pude contemplar que a mi alrededor
una grácil gacela la tierna hierba pastaba
y que del bello esplendor ya no quedaba nada.