Juntábamos caracolas con el mismo entusiasmo
... también recogíamos piñones
y los frutos del eucalipto.
Todo en la naturaleza nos llamaba la atención
... todo era de un inmenso valor.
Recogí un poco de arena de la playa
y la coloqué dentro de una bolsita,
junto con piedritas de raras formas y colores.
Todo lo que pudiera guardarse como un recuerdo
de ese bello momento y lugar,
venía bien como souvenir.
Lo más hermoso era el entusiasmo
que por igual nos poseía a ambos.
Los paseos diarios por el sendero que dejan las olas al romper
sobre la blanda y húmeda arena,
pese a que por instantes un viento frío y otoñal arreciaba duro
y nos obligaba a abrazarnos más fuerte.
Yo sentía una inmensa alegría
al percibir que nos hallábamos felices
por estar juntos con el mismo objetivo
y experimentando el mismo placer.
Me agradaba compartir mi tiempo contigo
en esos triviales pero muy tiernos momentos.
Pero lo fundamental para mí era darme cuenta que
simplemente estabas tú, y era lo más importante.
Aquella cena especial de madrugada, sólo preparada para nosotros,
en la taberna ya sin clientes, sobre la costa marítima;
en un ambiente perfumado con aroma a mar
y unas pequeñas farolas con velas encendidas y flores, sobre la mesa.
En tanto una brisa fresca y suave, apenas brumosa,
llegaba desde la playa.
Esos momentos
nunca pudieron abandonar mi pensamiento
y quedaron conmigo, fijados para siempre en mis sentidos.
Y los guardo como valiosas perlas que la vida me dejó
para que ello me permita recordar como fue el mágico hechizo
que se enraizó en mís sentimientos.
Y hoy puedo percibir al evocar esos instantes,
que surge en mí una inequívoca y certera
reflexión que me indica cuál era la razón de esa magia.
Y es que simplemente, estabas allí
... A mi lado.
Jorge Horacio Richino
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