La Luna quería infiltrarse por la ventana
mientras tu y yo rompíamos nuestro destino
entre las sábanas más hospitalarias
de nuestro universo circundante.
Nadie más supo que aquella tarde
fui un dictador de tu piel y adherencia sin perdón
que encontré en tu campo;
un conjuro para el tiempo y un naufragio para el olvido.
Tu cuerpo:
horizonte hipnótico, y en el que hay grandes posibilidades de alcanzar la deidad.
El milagro
es que dos mortales precipiten al olimpo
en la liturgia de memoria perenne que se gesta...
entre los puentes de carne.