(I)
Extraño día de nubes grises. Como glaciar en su palidez,
el invierno se nos anuncia en su desconsolada enredadera.
Una luz mortecina, de oro y plata, besan los sauces
a la orilla del río, donde el alma inconmovible
apenas se refleja un segundo, al solaz de su desdicha.
Labios de azucena descreída, renuncian lánguidamente...
y en su vehemencia, a la corona desamortizada de sus días.
(II)
Las horas se acaban inconclusas. Como si el reloj
sin aroma, diera las campanadas preñadas de tristeza.
Nada se anuda a su quimera, porque la brisa despertó
su herida, en las esquinas desamortizadas de la tarde.
Y un vendaval de intermitentes ensoñaciones fatuas
apenas deshacen las hojas de su pena. Noviembre
se pasea, noble e insatisfecho, entre las esquinas
indeterminadas del silencio.
(III)
El aire inasumible, se vicia de abandono.
Frente a las barrancas de su soledad y a las cárcavas
vacías de ánades desnudas, se acumulan lágrimas obscenas,
adornando el infinito horizonte sin paisaje.
Un cormorán, de una inapropiada levedad azul,
pareciera rodear la veleta de los cerros. Extrañas oropéndolas,
dormitan cabizbajas, mientras una alondra oscura e impenitente,
se deshace desolada, entre campanarios desasosegados de
ternura.
La vida sigue adornada de buenas intenciones,
frente a la aguda, y eterna melodía... levemente
desnaturalizada, de todo lo creado.
(IV)
PARA CUANDO MI VIDA SEA TAN SÓLO,
UN PEQUEÑO RECUERDO...
Como quiera que nuestros pasos
caminan solitarios por la vereda
de un arroyo claro, que la noche esparce.
Lánguidas violetas ven crecer la hierba
mientras lágrimas de plata,
ondean su malograda altanería...
entre lagares y castillos.
Los brezos,
las campanillas sin poema...
y una pálida desnudez
se atemperan muy despacio
entre sombras manifiestas,
por la estética...
disforme y contumaz,
de aquello que arde muy lentamente
en la memoria desasosegada...
de la vida en su deceso.