Joseponce1978

La rojigualda a media farola

Hoy, 12 de octubre, día de la hispanidad, se ha celebrado como cada año en Madrid el desfile de las fuerzas armadas. A poco menos de un mes para los enésimos comicios en los que esperamos se dirima si la balanza para elegir presidente del gobierno por fin se inclina o si comienzan a plantearse hacer un contrato fijo indefinido a los presidentes y vocales de mesa, nadie quería perderse el despliegue de poderío exhibido por nuestro ejército.

El público aguardaba expectante para disfrutar del elenco armamentístico y soldadesco patrio. El palco presidencial estaba ocupado por el rey y los numerosos candidatos para alzarse con la victoria en las próximas elecciones, que no perdían detalle del armonioso paso por la Castellana de todos y cada uno de los regimientos y secciones. Piraña parecía el más emocionado. Tratando de contener la emoción y conocedor del más mínimo detalle sobre el desfile, permanecía firme y sin pestañear. Don Pimpón, calculadora en mano, se había negado a sentarse junto a Pablo Ermitas porque su relación con él no atravesaba por un buen momento, y departía amistosamente con Albert Arroyo sin prestar demasiada atención al desfile.

Al pasar frente a ellos la legión con su inconfundible marcha de sincronizado zapateo sonoro, la cabra legionaria, que en esos momentos miraba al cielo, ha soltado un horripilante balido capaz de estremecer a cualquier sargento. La advertencia caprina, como un resorte, ha hecho levantar  la mirada a todos los allí presentes, que han podido comprobar como el paracaidista que portaba la enseña nacional; la bandera rojigualda, había perdido el control y se precipitaba en espiral en dirección del valle de los caídos, lo cual fue tomado como un buen augurio por Piraña, de cara a las inminentes elecciones.

El paracaidista, mediante una serie de escorzos, desesperado por tomar el control para salvar el pellejo, ha conseguido virar a la izquierda, momento en que don Pimpón y Pablo Ermitas se han levantado de sus asientos para aplaudir al interpretarlo como una gran señal.

Mientras tanto, el general legionario Martínez, un tipo robusto y con barba a lo talibán, se quitaba la chaqueta con los galones para taparle los ojos a la cabra, por temor a que la escena resultara traumática para el animal, que continuaba balando con desesperación.

Finalmente, el cabo de la brigada paracaidista Andreu Puyol, camikaze secesionista infiltrado, cuyo objetivo era boicotear el desfile y cambiar la bandera de España por una senyena en pleno vuelo, a causa de una traicionera corriente de aire, se le viene abajo el plan y se estampa contra una farola, quedando colgado a 10 pies de altura y con la bandera ondeando a media farola.