Yo corría hacia un lago,
hacia un lago con forma de vientre.
No sé ni por qué, ni desde cuándo,
corría desnudo y desatado.
Mi sudor no me mojaba y se tornaba a cada paso más espeso
tiñiéndose de distintos amarillos.
Mis piernas no se detenían, los árboles me pasaban
y el lago se acercaba muy despacio.
Mi sudor ya no era agua, ni tampoco bilis,
por cada poro de mi cuerpo manaba sangre...
Cuando fui consciente de tal fenómeno,
la sangre, mi propia sangre me paralizaba parcialmente,
tomando mi forma al coagularse.
Llegó un momento en el que quedé inmóvil, completamente rígido
preso de una cáscara seca de sangre coagulada.
No podía mover los brazos, ni tan solo una pestaña
solo mis ojos bailaban desorbitados
queriendo mover mi cuerpo.
Tenía frente a mí el lago,
tres árboles, y mucho tiempo...
Por fin percibí un perfume,
un perfume de mujer
que estaba detrás de mi, pero no podía ver.
Un silencio ansioso irrumpía en mi pecho.
Lentamente su silueta comenzó a interponerse
entre el lago y yo.
Sus ojos enfocaban el piso como si no quisiera encontrarme
pero yo estaba seguro que cada movimiento me lo dedicaba.
Su pelo negro cubría parte de su sutil rostro.
y luego de habernos encontrado en una serena mirada,
comenzó a elevar pausadamente su mano,
y su dedo índice anticipado por su pulgar arrollado,
iniciaron la magia de posponer un mechón de su pelo
tras el pabellón de su oreja,
y dejar visible su perla blanca.
Después con las dos manos se quitó la hermosa perla
y con una leve sonrisa la puso en mis manos,
sin una sola palabra.
Mis manos sedientas alertaron
una fresca sensación de movimiento.
De la perla manaban litros de crema humectante
que aliviaban mi parálisis.
Mis dedos llevaron a mi rostro
una fresca lluvia blanca.
El placer era incontenible,
se esparcía por mi cuerpo,
y mi cuerpo se esparcía en la brisa tibia.
Mis párpados cayeron lenta y decididamente
intentando intensificar mi alivio..
Cuando abrí mis ojos
ya no estaba su imagen,
solo su perfume...
y algunas estelas en el lago...