Aquella canción me transportó a lugares remotos, a tiempos lejanos, a una adolescencia plena de sueños. No pude evitar una sonrisa y comencé a tararearla suave.
Se me agüaron los ojos, pero lo último que quería era que se me escapara alguna lágrima. Hice el esfuerzo de concentrarme en la conversación que sostenía uno de los presentes, pero fue imposible. Lo miraba a los ojos y hasta afirmaba con la cabeza, pero mi mente estaba en otros parajes lejanos.
A cierto punto me levanté de donde estaba sentado y me dirigí al balcón. Una hermosa noche de verano, plena de estrellas. La luna no se hacía presente aún. Cerré mis ojos y aspiré profundo, quise retener todo el oxígeno posible. Yordano seguía entonando sus canciones de antaño: \"Noche de luna llena, la hora es la del puñal, como ladrones de sombras entramos buscando que una fantasía se haga realidad....\" El aroma de mi hogar llegó a mí. Abrí los ojos y me perdí en la inmensidad de la vía láctea que me llevó a mi ciudad natal. Ahí estaba, en la casa paterna. La recorrí como lo solía hacer de niño. Corrí por el patio en medio de las rosas, las orquídeas, las hortensias, los helechos, tamarindos y los mangos. Mi madre sentada en la cocina tejía, apasionada del ganchillo mientras canturreaba canciones viejas de los Panchos: “Sin tí, no podré vivir jamás, y pensar que nunca más estarás junto a mi….” Mi padre limpiando el patio y regañando a Canelo, nuestro querido perro pastor alemán, quien me acompañó toda mi infancia y al cual quise mucho. A cierto punto vino volando a mi Roberto, un guacamayo rojo que rescatamos cuando era muy pequeño. Siempre estuvo suelto en casa y jamás se fue. Se posó en mi hombro y susurró mi nombre al oído, lo que siempre solía hacer, picando suave mi lóbulo.
Subí las escaleras y llegué a mi habitación. Estaba como la había dejado aquel día en que partí. Me senté en la cama y miré todo en forma detallada. Un pequeño cuaderno reposaba sobre mi mesita de noche. Extendí la mano y lo cogí. Lento lo abrí y comencé a leer aquellas historias que de muy joven escribí, intentos de poesía y prosas. No pude contener una sonrisa.
— Omar, Omar — escuché mi nombre.
— Sí, disculpa — respondí
— Te esperan para cantar el cumpleaños —
— Ok, voy enseguida, dame un segundo por favor, gracias —
Miré de nuevo el horizonte. La luna llena se había hecho presente. Hermosa como siempre. Elevé una oración y agradecí todo lo vivido, sobre todo por mi familia. Le pedí a mi difunta madre que siguiera acompañando mi existencia y bendiciendo mi caminar.
Entré de nuevo al salón después de un fuerte suspiro y repetí la tan popular frase: “Recordar es vivir”….