Son pálidos sus ojos pálidos
y su frente erguida y su nombre estético
que golpea el silencio con detenido ruido.
Son de agua sus perfumes inciertos
las aguas profundas que tácticamente,
pronuncian un topónimo, donde escuetas
semillas se reproducen sobre las mesetas.
Instantáneas, herméticas, cerradas
como fotografías monacales, las dentelladas
abren huecos de luz pura, sobre las ciudades
por el frío adormecidas.
Y se escuchan, yo escucho,
derribos, lejos, en lo material del acantilado,
en la nostalgia de lo profuso, en los líquenes
sin sustento, en la profanación del musgo
accidentado como una capa de óxido,
una dimensión lenta e invasora caída del día.
Son cortes, heridas, invadidas del alma,
cierro los postigos y acumulo las danzas secretas
a mi alrededor: un tributo de trenzas solemnes
cuyas víctimas concentran cuellos cercenados,
trompetas anunciadoras de un castigo sin retorno.
En las aguas improbables, y en los ojos sin futuro,
las verjas abren su ladrido de perro ejemplar, la empalizada
husmea los huecos y cumplimenta un latido sonoro y denunciado.
Y allí, hallan reptiles con las colas condensadas,
con sus tentáculos horizontales, expuestos a la nube
de dominio inferior.
Se alzan así los preámbulos, los prefacios asaltan
la noche con su cúmulo de cabellos asfixiados,
con sus cebollas redondeadas que cubren el infierno
en los laterales de los desvanes.
Con polvo de caminos, y senderos abisales,
y cuerpos envejecidos con dominio de letras,
y manteniéndose la sangre en el reducto de los trigos,
sigo aquí, aquí, emergiendo profundamente
de la noche, con tu bella luz acuática nadando entonces
frente a mí.
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