Eran dos cristalinas gotas y cada una escalaba la misma montaña, cada una por una cara, por diferentes caminos, hacia su cima, llamada Deseo. El camino era escarpado, de puntiagudas piedras y de árida tierra seca.
Podían haberse dividido, multiplicado y desvanecido por otros senderos, dejarse caer y abandonar su destino.
Pero no ocurrió así. Ellas, tenaces y constantes, seguían subiendo y a cada tramo superado, su azul se hacía más y más intenso.
Ninguna de las dos sabía de su futuro encuentro.
Y llegaron a la vez y se vieron y con su radiante azul se envolvieron. Creyeron haber encontrado todo el amor anhelado en el tiempo y en un tierno abrazo se fundieron.
Y la cima, en honor a su nombre, las colmó de deseo.
No se dejaron caer por la ladera, ni se quedaron allí, perennes a su encuentro, sino que en la más hermosa, blanca y algodonada nube subieron y emprendieron juntas el viaje, su viaje, con esa ilusión que solo dos azules gotas pueden sentir al unirse en amor y deseo.