Estás en calma,
y buscas dónde
reposar la cabeza.
Traes todos los olores
de las sábanas
en la piel,
y la certidumbre de aquel patio
que se nos quedó en los ojos;
cosas que no se olvidan.
Has guardado los libros
en alguna gaveta invisible,
pero sus palabras
van impresas en tu corazón.
Tomas una taza de té,
y en la mesa,
la impronta
de una vela extinta,
te regala
su olor a fuego y vainilla.
Ves pasar dos pájaros
cerca de la ventana,
y la mirada se te escapa
prendida a sus alas.
En el reloj,
se escuchan los pasos
de las cinco con treinta,
es la tarde;
en el cielo comienza
a diluirse el azul,
y en el corazón,
un eco alza su voz
de bienvenida.
Eduardo A Bello Martínez
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