Han cedido sus dos finitas tempestades,
cerca tan cerca uno de otro, noches copiosas,
acompañados de un hogar, el refugio sagrado,
se ha roto, le han extraído una flama vital, que llamóse perpetua compañía,
su juramento, desapareció sorpresivamente.
Contemplad, niños,
bajad la voz, prestad oídos atentos a está historia almidonada,
muerte cabalgante al acoso del idilio,
se lo lleva entre su oz.
Decía ayer, temo tanto, él le tomó la mano consumando su agonía.
El encanto pereciente una noche melancólica.