Madejas de esperma
surcan el suelo,
desprovistas de consuelo,
y caen crípticas penas
que descifro con los dedos,
volando a ras del suelo
los zumbidos son berreos,
todo lo demás es ruido
y música de flauta,
y el enfermo se levanta
confundido en el barco de lana,
como si fuera aún el hada
que era anoche, entre los gritos
doloridos de sus sábanas,
y el capitán no está,
-quien dirige es el instinto-
creo que ha vuelto a escucharme
y a perder aún más el hilo;
deambula por cubierta,
maquinando una huida
entre la niebla,
oigo llorar a mis minutos
restantes en este lugar...
10/10/19