El mar.
El mar es una concha
que está oculta en el oído,
verde y tornasol,
viva para siempre.
Es esta mañana
que riego los almendros,
voluble y caprichoso.
Sabedor de la ausencia,
más que el aire.
Yo lo escucho latir
y él me contesta.
Me traslada a su costa
de granito
o arenilla.
A su casa de vivos
y de muertos.
Somos fósiles, pues,
los que partimos;
quienes dejamos
el ciclo de sus olas
a medio reventar,
estancadas abajo
de los cerros.
Fósiles de luengo
terciopelo
en los ojos abiertos
del vacío.
Porque él está allí,
en su cámara lenta
de azul y petroleros,
en raconto de barcos
y maromas.
Contingente, vivaz,
de pulso a carcajada
y de lágrima
a silencio.
Es un caracol,
un pez,
esa cuchara;
la llave que ruge
por chocar
con los almendros.