Miguel Faúndez

MAÑANA CON ALMENDROS

El mar.

El mar es una concha

que está oculta en el oído,

verde y tornasol,

viva para siempre.

Es esta mañana

que riego los almendros,

voluble y caprichoso.

Sabedor de la ausencia,

más que el aire.

 

Yo lo escucho latir

y él me contesta.

Me traslada a su costa

de granito

o arenilla.

A su casa de vivos

y de muertos.

 

Somos fósiles, pues,

los que partimos;

quienes dejamos

el ciclo de sus olas

a medio reventar,

estancadas abajo

de los cerros.

Fósiles de luengo

terciopelo

en los ojos abiertos

del vacío.

 

Porque él está allí,

en su cámara lenta

de azul y petroleros,

en raconto de barcos

y maromas.

Contingente, vivaz,

de pulso a carcajada

y de lágrima

a silencio.

 

Es un caracol,

un pez,

esa cuchara;

la llave que ruge

por chocar

con los almendros.