A la orilla del mar el liróforo cantaba
a su dulce amada sus tristes quejas de amor,
el apenado se quejaba con tanto ardor
que hasta el inexorable austro de él se apiadaba.
La reverberación del mar su angustia aumentaba
con los esplendorosos destellos de fulgor,
forzando al afligido vate con gran dolor
a abandonar la orilla del mar que tanto amaba.
Amor, ábreme tu flamígero corazón
para que sus llamas devoren mi triste pena
y de nuevo feliz a tu lado pueda estar.
Si te he herido, después de pedirte perdón,
anhelo que de mis labios una frase amena
oigas: «nunca jamás podré dejarte de amar».
Suspiros y sueños de amor