Mis trozos de corteza encallados por los caminos y las veredas más oscuras,
por los huertos de antojo miedoso,
por los pensamientos inmisericordes.
Siempre hiriente es el caudal de las azoteas,
remando una y otra vez contra las paredes invisibles.
La mente obsesiva,
se inunda de elementos diáfanos que llegan a enturbiar la realidad,
congestionando pechos y gargantas.
Es un pecado decir, es un pecado hablar, es un pecado dejarse sentir.
Las puertas se hacen verdaderas extrañas,
los párpados se cansan de no obtener respuesta.
Una y otra vez la luz engaña, se cuela por los recovecos.
La luz no es flor, no, esta luz es mi falsa salida;
una frase vacía.
Cuando uno se cansa de hacer muescas en las entrañas,
se le agotan los pasos, la piel, las manos...
los besos son recuerdos agrios y las miradas están ciegas.
Las noches tiritan de frío en pleno verano,
el agua agrieta la garganta.
Quieren por mí unos zapatos distintos, encenegados en querer salir,
salir de un paraje desolado.
Allí donde las cartas llegan siempre vacías... una y otra vez.