Fue devastador caminar sus jardines celestiales, beber el dulce licor del delirio, remontar como una cometa sus cúspides y tocar con la yema de sus dedos el cielo azul de sus labios temblorosos de frío.
Su alma y su cuerpo ya nunca fueron lo mismo, su cabeza vivía en permanente desorden, solo pensaba en aquella mujer que de tan angelical era diabólica, no podía su carne vivir sin ella y su alma sentía el dolor punzante de un amor no correspondido aunque su carne fuera satisfecha.
Su boca de gruesos y sensuales labios morados pronunciaban un te amo frío, casi tan frío como el viento helado del invierno apedreando su cuerpo, en esas noches en que la esperaba fuera del burdel donde trabajaba y la conociera una noche de locura y alcohol.
Cerraba sus ojos y la veía subir el caño semidesnuda con la gracia de una pantera y desde el punto más alto bajar con tanta delicadeza que la convertía en una alucinación producida por la embriaguez.
Nunca pudo recordar como despertó entre sus muslos nacarados y trémulos cual pétalos de azucenas mecidos por la brisa bebiendo del cáliz de su boca la miel del pecado, que lo hechizó hasta hacerle perder la razón.
Volver y volver por la porción de su droga diaria se tornó obsesivo, amarla desde la médula hasta su piel marcada a fuego con sus manos desgastadas de caricias muy bien cotizadas, fue su infierno diario. Cada noche llevarla a su cuarto desnudo de lujos sabiéndola manchada de besos alcoholizados, con el olor de fragancias baratas en su piel lo volvían loco, pero callaba por no perderla, porque vivir sin su boca, sin su sexo, sin su piel, sábana de su cuerpo hasta ayer desprovisto de todo calor y amor era como incitarlo a la muerte.
Ella sin ilusiones, descreída del amor se cobijaba en él por lástima, lo veía tan solo, tan poca cosa que se veía reflejada en el muchacho pero no lo amaba, le decía te amo como quien le tira una limosna a un pordiosero, y le daba de beber de lo único que poseía, las fuentes de su cuerpo, como quien da de beber al peregrino cansado y sediento, por piedad, simple piedad que se extendía a ella y su vida miserable.
Pero nadie puede aguantar tanto dolor, y un día él estalló de celos, impotencia y le pidió, rogó, suplicó que abandonara esa vida, que emprendieran una vida nueva, lejos, donde nadie supiera quienes eran, pero la mujer sabía que era inútil siempre alguien llegaba y le traía su pasado de vuelta y si no era así al menor roce saldría a relucir su vida pretérita, no… no volvería a huir de su mezquino destino, ya lo había intentado varias veces pero el pasado es parte de uno y nunca nos abandona, es un sabueso pertinaz que nos persigue sin tregua.
Las peleas se hicieron frecuentes y aparecieron los golpes y las palabras que magullan más que los puños hasta que llegó ese maldito momento de la despedida.
Pero para él ni su vida, ni su cuerpo, mucho menos su alma, volvieron a tener paz, dormía solo para poseerla en sueños, el abandono lo tomo prisionero hasta quedar capturado en el sueño eterno donde el último suspiro fue para deletrear su nombre, mariposa azul errante volando por los infiernos de la noche sin sueños.
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ANNGIELS GRIGERA MORENO
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