En aquel vaso quedaron besos
de muchos labios, con rostros serios.
Besos de escarcha, besos de fuego,
besos robados y otros con miedo.
En sus cristales nacieron versos,
letras y letras de amor intenso,
y allí quedaron, vivos, latiendo,
como reliquias de unos recuerdos,
hasta que un hombre, el camarero,
tomó aquel vaso con cierto gesto
para llevarlo a un fregadero
y en él lavarlo, dejarlo nuevo,
pero en el fondo quedaron quietos
los besos dichos y un tanto tiernos,
y es que sus huellas eran secreto...
En aquel vaso se paró el tiempo,
y muchos ojos así lo vieron,
ojos de niños, ojos de ancestros
y otros curiosos que en él bebieron.
De aquellos besos nacieron cuentos,
tiernas leyendas, romances ciegos,
y los cristales, un tanto viejos,
fueron gastados por tanto aliento,
labios llegaron con sed del pecho
y lo apuraron, bien con sus dedos,
otros, en cambio, sí los leyeron,
aquellos versos de ratos ciertos,
hasta que un día llegó un maestro,
hombre callado, mirando al suelo,
y con la misma pidió un refresco,
bebió del vaso y entró en el sueño...
\"...Érase un vaso con nada dentro,
y hubo unos labios que dieron besos,
labios de niños, de ancianos de esos,
de jovencitas y hasta del viento,
y un día triste, de algún invierno,
pasó el maestro, llegó don Pedro,
y con sus labios sintió el deseo,
del verso oculto, grabado a fuego...\"
Rafael Sánchez Ortega ©
27/09/19