Época de humores corrosivos,
de daños colaterales, de enamorados
hasta las trancas, de demonios vestidos
de Prada; sacos de trampas y de huesos,
que oprimen el labio de la luna
con su vientre lleno de espuma y de confeti.
Época de odios viscerales remitidos en temporales
de vendimia, de plantaciones de marihuana en mitad
de la nada, de nacionalidades tambaleantes y de niños
organizando el jardín de las delicias.
Época de colores tripartitos, de fieras domésticas,
de cristalitos de Bohemia, de naciones divididas
por la acción de algún guardameta.
Época de ambiciones desmedidas y consumismos
bajo cuerda, mercados negros de alimentos suculentos,
de pobrezas instantáneas y de pandilleros
reconvertidos en tenderos y dependientas.
Época de bostezos; de porteros arrimando la cebolleta;
de narices consternadas a las afueras de la paciencia.
De sombras en los escaparates donde dormitan las viandas.
De exteriores e interiores mezclados en infinito vómito.
Época de Napoleones metidos a estraperlistas, de jacobinos
mentecatos sublimando su idílica transigencia.
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