Encerrados en la armadura del miedo,
vivimos con máscaras de amargura,
se activan los mecanismos de defensa,
y el alma se vuelve dura.
El corazón es como una coraza,
se resiste a enfrentar la realidad,
el alma brava saca su escudo,
el clima reinante es inestable y crudo.
Nuestras máscaras son como ornamentos,
adornan la dureza y la hipocresía,
las heridas son como marcas eternas ,
laten con dolor en el alma.
Las heridas necesitan cicatrizar,
las máscaras se deben quebrar,
debemos vivir una etapa de sanación,
para llegar a perdonar.
El amor de Dios nos espera
para una verdadera reconciliación
con uno mismo y con el prójimo,
somos llamados a una auténtica sanación.