Chile dejó de confiar en los políticos, las instituciones privadas y del estado, la iglesia católica, evangélicos, y de quienes lucran de mala forma mediante evasiones de impuestos, colusiones, eliminando con argucia a la competencia, de las fuerzas armadas y de orden desplegadas en las calles para matar a la población, de la justicia que sólo encarcela a los pobres, etcétera.
La salida cada día que pasa se torna más compleja, ya no sé si unos cuantos suicidios a lo Alan García, Presidente Balmaceda, servirían para calmar los ánimos.
Los verdaderos violentos andan sueltos.