Para ser un prisionero a veces basta
una lengua muy pronta y la palabra
agitadas como armas delictivas.
A menudo basta el miedo o la desidia
que son grilletes fáciles y férreos
para aherrojar libérrimos corajes.
Para ser un reo, o casi eso,
es suficiente oponerse o apartarse
de uno mismo. Es suficiente cárcel
el sentirse un desleal o el más cobarde.