-“Con el alma negra”-, se decía ella, Jacinta. Nunca supo la verdad, hasta que un día se preparó para salir en busca de la propia libertad, la que no encadena, la que no atrapa y que libera el alma. Se sintió en soledad, y en desolación, pero, no quiso ser más de lo que pudo ser. Cuando de repente, vió un ave volar, y quiso volar, pero, aunque no tenía alas para volar, su pensamiento voló en la imaginación. ¡Ay, Jacinta, ay, dolor, dolor en el alma negra!. Su alma gritaba a viva voz en calma, pero, ella no la escuchaba, estaba retraída, aparte y desolada y tan triste como aquellas gaviotas que creía ver desde su interior. Cuando por fin, pudo ver a dónde él pertenecía, pues, era demasiado tarde yá. Su alma la había la había entregado a un hombre y ése hombre no le era para ella nada más. Y Jacinta, aquella moza de ojos verdes y morena y bella como las estrellas, se había desilusionado de la vida, sí, de la vida. Y todo porque un hombre violentó a su alma pura y tan clara como el cristal. Pero, nada quedó ahí, su alma prosiguió a ser la más fuerte de todas las almas, aunque era un alma negra, la cual debía de romper los estándares de la vida cotidiana y secular. Se debió de hacer lo que se debió de hacer con las almas débiles, un conjuro de esos para mantener el alma fuerte. Y era ella, Jacinta, la de tinta imborrable en el alma llena como la de un tatuaje tan vil, pero, bien hecho a la medida de su propia alma. Cuando se electrizó la forma exacta tan vil como la de un pobre corazón que ama a pesar de las circunstancias. Y era ella, la del alma negra, la que quiso ser a conciencia una modelo de esas de pasarela y de revistas y sí, que lo fue. Cuando sintió el deseo de amar por segunda vez, cuando el corazón da otra oportunidad. Es que cuando pasan las cosas, por ser un solo corazón, a otro corazón más unido. Cuando se eleva un deseo de ser como el mismo cielo, tan alto como las nubes, pero, tan condescendiente como la misma alma. Y se debió cruzar en el camino una sola dirección entre cuerpo y alma, pero, el tiempo sólo quedó en razonar sin el corazón. Y el corazón es el que manda aquí. Cuando en el interior se da la osadía de ver en el cielo por unos ojos llenos de luz. Cuando se sabe de razonar con el tiempo y en el corazón abrir un sólo latido. Y es esa alma que cruza el estandarte de amar contra todo, y contra viento y marea. Y se siente lo que se percibe una luz, que opaca, pero, está ahí. Cuando se llena el alma de luz. Cuando se siente el deseo, de amar lo que encrudece el tiempo en cada pasión. Se siente como un poco de amor en el corazón, y en el alma una poca luz. Dentro del débil ocaso frío en que se da la manera de amar. Siempre se decía así, ella. Se sentía como la lluvia en la piel y en cada pedazo de ella un pellejo en carne viva. Se decía ella siempre. Era como enaltecer la ilusión de esa manera de amar tan profunda como sentir el ocaso tan frío. Y lo observaba ella desde un asombro de desilución. Era ese ocaso frío donde se miraba llegar la noche. La noche densa, fría e inerte. Se sentía como se siente el frío hielo en la misma piel. Se sabía que llegaba la noche desolada y tensa como el abrir el deseo de amar. Si hubiera sido como el aire o como el viento que sopla en una sola dirección. Se decía ella siempre. Pero, no fue así. Fue como un suburbio dentro del corazón amando a solas y en plena oscuridad. Cuando sólo el instante no se dió como el inmenso paraíso. En bella ilusión de un desastre que pronto se asomaría. Como es de saber que en el corazón se siente como un frío latido cuando no se tiene al ser que se ama. Como un adelanto del corazón quien ama con todo el sabor del mundo. Cuando se dió el reflejo de una manera de amar cuando se siente el amor en cada instante del amor y de la pasión. Cuando se ama a consciencia de saber que el amor está en el corazón y no en el camino sin pasión. Desde que el momento se dió como el pasaje de isa y sí vuelta. Pero, no fue así. Cuando la forma de amar se dió en el tiempo. Sólo en el deseo de amar y de saber que el delirio de cuece como la llama en la hoguera o en el alma prendida de eterno fuego de la pasión cuando se ama en verdad. Pero, sólo socavó muy dentro el deseo de amar y de saber que ése hombre no era de ella nada más. Que debía y tenía que compartir con otra, con la esposa del hombre que ella amaba. Y como era la otra, no le quedaba que recoger lo que él le daba, pues, era más o menos de lo que ella quería o esperaba. Ella, Jacinta, era ella, la que cuenta su propia historia a la vida, a sus recuerdos de siempre ser la otra. Y de dejar la vid en manos de la cosecha de su propio instinto. Y no fue tan distinto que el siniestro desolado cuando se quedó sola, Doña Jacinta, en el Edén o en el paraíso con más pasión o como el mismo instante en que más se sintió el deseo de amar, pero, quedó en eterna soledad. Ella, se sentía sola y en eterno momento en que más se sentía ella como una desolación inconclusa. Se sentía como un vaso vacío en el tiempo, entre el tiempo y el ocaso tan frío. Y se edificó su camino como un tormento entre lo que más se da. Cuando se siente el paraíso entre los dos amantes. Cuando se sabe que el infierno se da como el destino impetuoso de amar lo que ocurre allí. Una desolación sin temor, sin terror, sin consciencia, ni amar lo que se da. Cuando llegas a amar lo que crece aquí. Cuando se da el aire dentro de la misma corazonada como es ese latido que crece cuando se ama más. -“Con el alma negra”-, se decía siempre ella. Pues, se quedó fría, desolada, y retraída, en eterna soledad sin el amor verdadero de un hombre que la amara en verdad. Y era ella, Jacinta, la que en verdad se sentía tan triste como la misma lluvia o como el mismo cielo. Cuando se sentía tan helado el aire cuando estaba en soledad. Una situación indeleble, la cual, no se podía ni borrar con el tiempo. Cuando se percibe el mal como gotas de pasiones sin ser claras como las nubes o como el cielo mismo. Cuando se llora como una Magdalena y se siente el llanto como gotas fuertes que caen al suelo dejando un mar tan incierto. -“Con el alma negra”-, se decía siempre ella. Pues, no era como el resplandor de un cielo, sino como un sólo tiempo, cuando se abre el silencio con la paz universal en cada delirio. Y se siente el tiempo como el frío o como el adyacente desenlace, en que se pierde lo que se gana: un solo amor. Y ella se decía así. Que era ella Jacinta, y con el alma negra, iba hacia el mundo exacto a penetrar por el desierto o por el mismo cielo. Pero, de una noche a la mañana, se quedó sin nada. Vivió tanto, deshojó la margarita como el propio amor entre sus brazos, pero, la soledad llegó como final de todo un principio. Y él, Pedro, el único amor de su vida, quedó por siempre entre aquellos escombros y escollos de la misma pregunta sin respuesta. ¿Qué quería hacer con el amor y con la pasión desnuda entre las manos dispuestas a entregar amor?, cuando se sintió el corazón desolado y en tristes agonías de salvaciones sin pretender querer salvar. Se decía ella, Jacinta, la que en ella se electrizó el cometido en salvaguardar lo que queda aquí. Cuando en el ambiente se dió una manera hostil y tan vil como envidiar lo que creció en el corazón: una sola labor y como modelo de revistas.
Pedro, cita nuevamente a Jacinta, en el bar cercano a la empresa. Y conversan de todo, menos de su esposa. Una americana sin distinción, pero, modelo también. Era una mujer débil de corazón, porque aunque sabía de esas relaciones extramaritales de su marido, no se las echaba en cara, pues, su deseo era y siempre sería mantener el matrimonio estable. Sería como percibir el instante en cada roce del tiempo. Y ella lo sabía, que era como el agua pura y estable, el solo matrimonio. Cuando el deseo, se debatía entre lo que era y después sería. Como el mundo entre las manos. Cuando se siente el sólo deseo de odiar lo que sería después: una infidelidad. Cuando se ama más con la cordura de un siniestro instante y cuando se siente más la vida pasar e irse del mismo cuerpo. Cuando se ama más el tiempo en cada desenlace, como lo fue amar desde cero. Cuando se dió amar en cada compañía del solo matrimonio. Pero, ella lo sabía, que era como el tiempo, como la desolación inconclusa, en saber que el tiempo calla lo que se debía de saber. Y era la desolación la que llama a ser como el cielo, sin paracaídas tener una caída y sin sentido. Era como saber del amor y de la pasión desvestida, cuando sólo el deseo se llenó en saber del tiempo desolado, fue cuando se quedó sola en soledad y sin el amor de un hombre. Cuando se dió el deseo de amar, pero, quedó con hambruna cuando en la tarde de un día se quedó sin nada. Y era ella, Jacinta, la morena de ojos verdes, que quiso ser como el lago o como el mismo mar desértico y se descubre que el tiempo se da como se dió el amor. Cuando se dió el mismo instante en que se amó con celos de tiempos de soledades. Cuando se da lo que se siente aquí. Cuando se sabe que el silencio ahoga y que en el cuerpo sólo se siente el desastre de vivir con ese mismo silencio que mata. Y era ella, Jacinta, cuando era la que debía de ser como el ocaso frío, cuando se electrizó su manera de ver la vida más consecuente de poder vivir una vida como la de antes con la ilusión de del amor de un buen hombre. Pero, no se dió como la manera de ver el instante de creer como en el desierto de una magia en una sola imaginación. Cuando de repente se da una consciencia de las que no se debe de tentar más en la misma consciencia. Cuando se debe de enfríar el deseo a morir por el mismo amor en el propio camino.
Continuará…………………………………………………………………………….