Cuánta tristeza no habrán
digerido tus labios,
tus ojos profundos, tus
marcados pómulos, al pensar,
y ser pensamiento tú, y todo lo
tuyo, entre estos hortelanos
picapedreros, y contrabandistas
de tres al cuarto, que, a todo aspiran,
o se quedaban cortos.
Y cuánta alegría no habrás sentido
al decirles, sencillamente, adiós
con la mano.
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