Aquella noche fue distinta a las demás.
La lluvia torrencial se hacía presente por doquier. Los truenos no cesaban, fuertes y desgarradores.
Tuvo miedo, tomó a sus brazos a Lía, su fiel mascota, y se acurrucó en el sofá del salón.
Miraba a través de la ventana. A cierto punto falla la luz y queda en penumbra.
En cada relámpago se divisan figuras monstruosas. El viento úlula a través de las rendijas de puertas y ventanas.
— Toc, toc, toc —. Se sobresalta.
— Quién podrá ser a estas horas y con este tiempo — se dijo temblando —
— Toc, toc, toc —
— Dios mío ¿Qué hago? No pienso abrir. Estoy sola y tengo temor. No, no abro sea quien sea —
— Toc, toc, toc —
La curiosidad puede más que ella. Se levanta sin hacer ruido. Lía a su lado en silencio. Se asoma con cuidado por la ventana y no ve a nadie. El temor se transforma en pánico.
— Toc, toc, toc —
No puede parar de temblar. Se dirige hacia el teléfono y se da cuenta de que no hay línea. Seguro que la tormenta ha tumbado la antena transmisora. Tampoco señal en su celular. Se dirige a la cocina y toma un cuchillo. Esto no va a servir de mucho, pero algo he de hacer — se dice —
Intentan abrir la puerta.
— Toc, toc, toc — esta vez el sonido es más fuerte y violento —.
Se escucha un golpe fuerte y seco. La puerta cae a pedazos destrozada. Un ser horrendo entra. El constante resplandor de los relámpagos hacen ver una figura infernal. Un licántropo de dos metros de altura. Hambriento y sediento. Sus garras enormes sostienen los restos de algún animal salvaje u otro animal... De sus fauces caen gotas de sangre. Un fuerte aullido que se sobrepone al sonido de los truenos. Ella no puede sostener un fuerte y desgarrador grito, sonido que hace enfurecer más aquella bestia.
Se acerca a ella y de un zarpazo le arranca a Lia de sus brazos. Se la come de un bocado. Ella corre hacia la habitación y antes de que puede escaparse, esconderse debajo de la cama, aquel animal la aferra por un pié. La arrastra y a cierto punto la levanta y la mira detenidamente. Ella siente su fétido aliento, aquellos ojos plenos de rabia la aterrorizan. La huele mientras muestra sus dientes. Restos de su pobre mascota puede divisar en medio de aquellas fauces. Sin poder contenerse vuelve a gritar, esta vez más fuerte. Enfurecido de un solo mordisco le arrancó la garganta. Un chorro de sangre le cubre el rostro y lento desciende sobre su pecho y extremidades. Continúa devorándola sin parar. Arranca sus vísceras y las escupe con fuerza. Lo que queda de aquel menudo cuerpo lo tira hacia un rincón. Satisfecho sale de nuevo hacia el exterior y se pierde en medio de las tinieblas, dejando tras de si todo un espectáculo dantesco.
La tormenta se hace aún más fuerte.
Divisa a lo lejos otra cabaña. Se acerca silencioso. A través de la ventana ve unos dos niños sentados junto a su madre. Temerosos por la lluvia torrencial. Puede oler el temor, cosa que estímala su voraz apetito.
— Toc, toc, toc….