Contemplé la existencia después de abandonar los sueños. Y no me gustó.
Me embarré hasta las cejas intentando nadar entre flores que se marchitaban, risas sinceras, risas forzadas y disimuladas lágrimas; me faltó el aire dentro de esta ciénaga de horas inacabables en raudas semanas de años en torrentera; se me cubrieron los ojos de apático fango que acabó convertido en inalterable loza. Terminé mostrando el dorso de la sonrisa en un caminar fingido, tropezando contra los recuerdos de deslavado brillo, con los pies lastrados por los dictados de la existencia. Oí mentiras pobladas de palabras entre verdades huérfanas de voz y contemplé miradas estampadas contra la felicidad. Me descubrí las manos manchadas de realidad, tiznadas de color gris cordura, sujetando un rosario de pasiones y deseos ensartados. Tomé esa vida manca de anhelos, la tatué con tinta de frascos cargados de sedimentos.
Contemplé la existencia y me volví a los sueños.
Me lavé en un barreño refractario que volví a llenar de empeños nómadas, chapoteé de nuevo salpicando con descaro. Ahora abro la quedada boca, esquivo las garras, tiro la aguja al pajar y dejo al roble ser más fuerte que yo. Pido perdón por mi disciplina, mis silencios respetuosos, mis palabras pertinentes y mis miradas reverentes. Las olas no encontrarán playa, mis llaves no encontrarán puerta para abrir, pero sigue habiendo mares dichosos y ufanas puertas. No hay que elegir camino, hay que elegir prado y soñar caminos. Nunca hay final feliz, solo final.