En el labrantío de los sueños secos,
De tu impaciencia y causalidad:
Emerge la semilla en la aciaga siembra.
Pretende beneficiar a la ingente casualidad.
Donde los pensamientos se frenan en seco,
y la misma condena a un efímero sesgo;
Tortura que de sol y mano el avezado ente entierra,
llanto solitario del rocío de la vida a la tierra.
Oíd, absurdo malagradecido social de ignorancia,
Su espetar de pala y azadón no es por arrogancia;
Sino por convicción.
Dadles amor al sembrador,
que día mañanera siempre patriado enfrenta,
Y aún así con hambre voluntad, sentimiento aferra
Para la cuantía social poder complacer.
Su libertad, afligida al igual, entierra:
Pretende apagar la maldición que al cuantío aterra;
El Hambre;
Cual al caminante invade y rompe en llanto,
En la consumada vela que es la vida:
Y el filántropo del campo enfrenta,
Hasta dejarlo seco, arrugado y en higa.
Empieza como soldado perenne de la vida,
Y a la tierra, más tarde, súbito se ofrenda.
Ha servido para otros, y no para si mismo.
Esa es la crisis, con la que cae al abismo:
La de los solitarios caminantes del labrantío,
En ignorancia, que los demás invitan,
De pena agotada en él respecta;
Un pasivo suspiro,
Y en la tierra cava poseído.
Dadles amor al campesino.