Las horas suceden, efímeras,
en el ruidoso vaivén de tus caderas
y tú, estoica, anidas del otro lado
de mis fantasías,
vas de un extremo al otro
en el zigzagueo pendular de mis dudas.
Mientras se agotan los segundos
en un mundo surrealista
raro,
muy raro,
casi Dalidiano
donde existes en los acantildados
de mi mente, como anatema.
Se quiebran los mitos
y apareces en los diametrales espejos
de mi conciencia.
Pero como la muerte eres un sueño gris
inexpugnable de lejanas nieves
grabado
en el opaco y amarillento cuadro
de una pared olvidada.
Y un clavo como testigo
colgando los desechos
de un pretérito amor de otoño.
Cronos se disipa en la eternidad
de mis manos
y casi me olvido
por un instante de tus detalles.
Y siento el devastador temor
que te extravíes
en mis laberínticos dinteles
y nunca más regreses
a ser lo que solías en mi mente.