Ahí me encontraba, entre cuatro paredes perdido en mis recuerdos, en mis cavilaciones de escritor errante.
Todo en penumbra, solo una tenue luz alumbraba. Un cálido ambiente.
Una suave melodía que lo invadía todo. Mi amado Einaudi, compañero en las horas de soledad.
Bastaba solo escribir, abandonarme a la inspiración, a mi amada musa.
Un suspiro profundo y comencé.
Crecieron lento las alas de mi imaginación y partí en raudo vuelo.
Le encontré en una playa desierta, mirando al ocaso. Su mirada se perdía en aquel hermoso horizonte de variopinto color.
Me convertí en viento para tocar su cálido rostro, para besar sus labios carnosos. La despeiné, pues se veía hermosa despeinada. Con un simple gesto quitó los cabellos que la impedían ver. Acaricié su silueta mientras jugaba con su vestido. ¡Qué delicado y placentero momento!
Nada más hermoso que una mujer oteando el horizonte al caer de la tarde, arropada por su nostalgia, con un toque de soledad y tristeza. Un verdadero poema viviente.
Pude oler su suave fragancia que se mezclaba con el salitre.
Quise saber en qué o en quién pensaba en aquel momento. ¿Me recordará? Ya son tantos años. Quizás me encerró en el baúl sin fondo del olvido. Bien merecido lo tengo.
Una lágrima vi rozar aquel amado rostro. Hizo un pequeño surco y calló desde su barbilla. Extendí mi mano invisible, hecha viento y la pude sostener. Quise guardarla en mi pecho, pero desvaneció en silencio.
Sus labios pronunciaron un nombre, fue un susurro que no pude escuchar. Me acerqué más aún, sentí su aliento y rocé aquellos hermosos labios que un día fueron míos y me llevaron al delirio. Una hermosa historia de amor hasta aquel fatídico momento...
— Raúl, mi amado Raúl — Pude escuchar esta vez. Otra lágrima y otra más descendieron por el surco que había trazado la de antes.
Me sobresalté y fui más fuerte en ese momento. Sin querer su fular levanté y elevé a las alturas. Llevaba su cálido aroma, era tan suyo que lo hizo mío. Ella se quedó mirando hasta que desapareció.
De repente se escuchó una voz.
— Luisa, amor mío — Ella se secó las lágrimas con un gesto rápido y volteó.
Él la abrazó y acto seguido se unieron en un profundo beso.
— ¿Qué haces aquí tan sola? — Le preguntó.
— Nada Luis, quise estar sola y vine aquí, a este mi amado lugar —
Fue nuestro lugar favorito por luengos años. Donde dábamos rienda suelta a nuestro amor, mientras admirábamos el horizonte.
Los ví alejarse mano de la mano hasta un coche y desaparecer por la carretera del nordeste.
En soledad lamenté mi suerte. De nuevo me elevé a lo mas alto y lento regresé a mi realidad, con su fular entre mis brazos. Una gran satisfacción en mi pecho, aunque estuviera con él, pronunció mi nombre en aquel nuestro sagrado lugar. Su cuerpo es suyo, su amor solo mío.