Tenía la belleza su mirada,
del sol, cuando se filtra por la bruma;
del río, que desborda blanca espuma,
su risa semejaba la cascada.
En cada amanecer me dio su aliento
cual brisa de magnífico rocío;
que quita al corazón el triste hastío
con suave acariciar de fresco viento.
Sus ojos reflejaban los colores
del verde que poseen los laureles
que llenan de fulgores la pradera.
Por eso la adoré con los ardores
de abeja que se nutre con las mieles
de rosa que florece en primavera