Me voy abriendo camino por los surcos
ardientes y polvorientos para llegar a La Simona,
entre los algarrobales hirvientes de coyuyos,
Y el ensordecedor canto de un puñado de cardenales,
Y tordos chaqueños,
entremedio de las sedientas cabras
Que se cruzan y retrasan mi llegada
Voy buscándote escuelita rural de mi Santiago.
El sol golpea fuerte y me da en la cara
aun así, me siento ansioso de sonreí al llegar,
después de tanto andar de cruzar y perderme
por varios caminos, emerge a lo lejos, un ranchito
Como un nido abandonado en esta densa vegetación.
Ocho changuitos bien paraditos en fila,
mira al cielo flamear en un mástil de improvisado algarrobo,
una bandera Argentina, gasta por el tiempo,
Aurora, cantan bajito, mientras miro el ranchito
que se convirtió en escuela,
paredes de horcones, ladrillo y barro
puertas inventadas de maderas y lonas
pizarrón de cemento mezclado con tierra.
Un valiente maestro comienza la clase,
Allá donde todos están olvidados,
El deja su vida en ese agreste y lejano lugar
A leguas de tierras olvidadas.