Tú que conoces los paraísos siderales
de nubes de silencio y de ingrávidos seres,
que recorres los cerúleos campos de Ceres
y que sonríes en las auroras boreales.
Tú que con tus hechizos conjuras los males
y de la alegría y el júbilo látigo eres,
tú que con glaucas gemas el corazón hieres
de tantos incautos e infelices mortales;
no olvides que un día juramos juntos los dos
amarnos por siempre a la luz de las estrellas
y unir nuestros labios en las noches más bellas
bajo la atenta mirada del niño dios.
¿Por qué, ¡oh torturadora!, de mí te alejas
y en este amargo mundo tan solo me dejas?
Suspiros y sueños de amor