Y él, el Virgilio, con saludo con la mano derecha, qué mano, pues, amputada, decidió dar el saludo militar, cuando en el alma se debate una salida tan inesperada como lo fue despedirse con saludo militar también. Y sus alumnos yá contentos por lo susodicho, se encuentran en un salón de clases, por donde el mal de la vida atraviesa con demasiado rencor y sólo el ímpetu de hacer valer la ley cuesta mucho y si con valentía se honra a todo un pueblo y mundo. Cuando se debate una sola espera, cuando se siente allí el deseo tan inocuo de salvaguardar lo que aconteció. Cuando se siente el deseo de amar a cuestas de la locura perdida. Tan irreal como si fuera un ademán tan frío, como haber sido el desastre de entrever lo que más ocurrió allí. Una espera, o una salvación, de haber sentido lo que ocurrió con la manera de ver y atraer lo que más pasó, una amputación en mi mano derecha. Sólo fue un sólo destino, un sólo tiempo, y un sólo pasatiempo, cuando en el alma se forjó a una luz, sí, la luz al filo de la espada, aquella luz cuando quizás me avisó en premonición lo que iba a acontecer. Con la fuerza del destino, con la luz en el fuego y en los ojos una sola sensación, de ver en el filo de la espada aquella luz al filo de la espada. Cuando su mano derecha quedó en un sólo desastre, en un sólo hilo de aquella plétora de sangre cuando se vió caer la esencia, la hábil dureza y lo recio de su pobre mano derecha. Y entristeció de tal manera que no logró en salvaguardar lo que era y lo existió en su mano derecha, lo que irrumpió en desorden en aquel atrio. Cuando pasó por una agudeza intacta, y tan insolvente como haber perdido a su miembro más utilizado, y que era y fue su mano derecha. Cuando irrumpió en un sólo trance, el deseo, de volver a ser lo que antes fue, pues, en su mirada había una luz, la luz al filo de la espada, de aquella lanza que le hizo ver el cielo y, más aún, las estrellas en el mismo cielo. Cuando se debió de creer en el amor y en el triunfo de haber vivido después que la muerte le acechara como a un cerdo en navidad. Pero, se fue por el camino de la verdad, cuando irrumpió en llanto tan amargo como la hiel misma, como la débil fuerza y tan imponente en ver el cielo de gris en la tormenta que se avecinaba. Pues, el tiempo, sólo socavó muy dentro, como la herida más profunda y sí, que fue profunda, si fue como la más débil entraña. Donde se posee el frío más consecuente, con extrañar el calor, y, más aún, saber que el delirio llega y se vá con el dolor tan pasajero como la lluvia misma en ese cielo que era azul. Cuando se debió de avanzar en el ocaso más helado de la temporada cuando en aquel atrio se hirió a punzada y a muerte a su mano derecha. Cuando sólo socavó muy adentro el pasaje de ver la vida como un vil instante en que la sorpresa de perder a su miembro le llegó como si hubiera sido todo. Como fue todo, y como fue un dolor indiscutible, se renace la vida, el vivir eterno de aprecia, y la muerte se respeta, pues, no existe cosa mayor que ver la muerte como un temor y un miedo sin saber qué existe en el otro lado. Y Virgilio, lo sabía, la veneraba, la respetaba como a una diosa, cuando se sintió la muerte como un hilo de sangre colgado de su mano derecha. Y él, lo sabía, yá la había sentido, y, más aún, sabía de ella, de la muerte, cuando se percibe el instante, de poder morir en la intensidad y el amargo sabor que da a veces la vida. Y si sientes que el aire vá y viene es como poder discernir entre la claridad y la oscuridad. Cuando en el alma se dió una triste sensación de desamar o amar a la sangre virginal del mismo cuerpo que brota cuando te hieres a pulso o a gota a gota. Cuando se enaltece el silencio, el temor, el terror de ser víctima de la situación o ser más agudo en la manera de creer, de sentir y ver la herida como un escalón por donde vá la vida a subir más allá de la cúspide. Y Virgilio, lo sabía, que era uno de los dos, pero, no siguió ni se detuvo, sino que la vida misma lo llevó hacia la magia de la fantasía o de la misma realidad. Cuando quiso ser como el héroe, sí, sí, sí, como el mismo héroe, de saber que en el delirio se sabe que el frío es de la nieve. Cuando se sintió el desastre, de la comitiva, de la milicia, en ser como el mismo y único desastre, en ser como el viento y tratar de volar lejos como el águila sin caer en el pantano. Cuando en el alma se dió lo que tenía yá, la luz, esa luz al filo de la espada hiriendo a muerte a su mano derecha. Cuando en aquel atrio se intensificó más la osadía de ver el cielo de azul oscuro, como el aire entre las alas y saber que el destino es fugaz como la estrella en aquella noche tan desesperada, tan atormentada, tan vil como la manera de soportar el delirio tan frío y escalofriante. Cuando sólo el sol, el sol, ay, del sol, como aquella luz que apareció, esa luz al filo de la espada, sólo cegó a mis ojos en ver a aquella espada al filo de esa luz en espada.
Continuará…………………………………….