Que ingenuidad cometieron mis padres,
al concebirme en viol
arañaron costillas
con el cuchillo de Nikos Kamadies.
Si no oyes la voz de Yahweh- decía mamá
Si no oyes la voz de Yahweh- repetía abuelo,
-la tatarabuela, la tía loca encerrada en el cuarto-
Si no oyes la voz de Yahweh-
y yo no oía, no oía nada.
Los dientes podrían sin leche
cuando atravesaba
corredores de clínicas
bajo el ojo indecente
del dentista, la aguja en el diente,
el plomo
en la raíz del nervio maldecía.
El aire me dolía,
garganta, nariz, orejas, lengua
percutían la cuerda
con que mi padre amenazaba
ahorcarse o ahorcarme,
cuando rompía puertas
los espejos aterraban a mi madre.
Mi heroica adolescencia me impedía matarlo.
No amaría hombre si pensara en él.
No hay alivio al gesto desordenado,
tartamudeo.
Si creía y confesaba lo no hecho
me salvaba del escarmiento.
Qué temor traicionar a mi hermano
qué temor inmenso
a la correa ardiente,
a no ser la autora de la fechoría.
Qué dolor en el bajo vientre.
A menudo afirmaba:
no hay justificación
y clavaba un cuchillo en mi pie.
De Maldicionario, Edition Hoy no he visto el PARAISO,2009