Hay una madre,
que todos hemos tenido,
y se derrite por tu amor.
En ella vive la mujer
que se desvelaba para contemplarte
y escuchar tus latidos.
La paz que le daba verte dormido
y saber que te recuperabas
de las enfermedades
que de niño, habías sufrido.
Quien sin haber sido educadora,
enfermera ni cocinera,
lo tuvo que aprender.
En tus dolencias
experimentando la vida...
no lograba dormir,
hasta que te sentía volver.
Aquí está una mujer
ya sin pestañas
y que sus cejas ya no logra ver
para limpiar.
Todavía usa aretes,
jubilosa...
por si la vas a visitar.
El ojo de sus emociones
lloró más que el racional.
Aun tiene los rizadores colgados
y el cabello húmedo
de cuando a la escuela
te iba a llevar.
Le queda un cairel
que cuelga en su frente,
de cuando era niña
y quería jugar.
Trae el maquillaje mal puesto,
entusiasta se lo aplica,
por si alguien la llega a invitar.
Sus orejas son enormes
pues muere por escuchar
tus historias de esta vida
que ya no le has de contar.
Tiene esa sonrisa eterna
con la que todo perdona
cuando te vuelve a mirar.
Es solo una mujer
que muere por un abrazo
y poderte amar.