Carlos Eduardo

ALLÍ ESTABA ELLA

 

ALLÍ ESTABA ELLA

 

Un vendaval de música,
tocaba mi piel,

a mi corazón,
azul, luminoso,
cielo y sol;
agitado, frenetizado.

 

Entonces porqué no:

 

Abandonar el puerto rumbo hacia la inmensidad de la blanca y oscura noche.


Hundirse en la profunda, serena, fría mar envuelto en el influjo melodioso de Bach en serena alegría.

 

Me dije:

 

el caballo muerto gira, gira, gira en la noria vertiendo ríos de sangre;


las hojas vuelan revoltosas al viento;


los cristales se rompen con los gritos del silencio;


las flores son dichosas por unas horas recibiendo las caricias de la luz;


hay caminos terminando en abismos multicolores, nocturnos, sobre rocas bañadas de esa espuma blanca, trémula, salobre, espiritual, rugiente.

 

En silencioso encuentro con el desencuentro definitivo.