ALLÍ ESTABA ELLA
Un vendaval de música,
tocaba mi piel,
a mi corazón,
azul, luminoso,
cielo y sol;
agitado, frenetizado.
Entonces porqué no:
Abandonar el puerto rumbo hacia la inmensidad de la blanca y oscura noche.
Hundirse en la profunda, serena, fría mar envuelto en el influjo melodioso de Bach en serena alegría.
Me dije:
el caballo muerto gira, gira, gira en la noria vertiendo ríos de sangre;
las hojas vuelan revoltosas al viento;
los cristales se rompen con los gritos del silencio;
las flores son dichosas por unas horas recibiendo las caricias de la luz;
hay caminos terminando en abismos multicolores, nocturnos, sobre rocas bañadas de esa espuma blanca, trémula, salobre, espiritual, rugiente.
En silencioso encuentro con el desencuentro definitivo.